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Vestido

Escrito originalmente en 2017

Me preguntaste el otro día de qué color sería el vestido que me gustaría verte usar.

Retomando el tema de tu desnudez y tu delantal... El otro día hablábamos sobre tu ropa, específicamente lo preciosa que lucirías con un vestido y cómo lo usarías para mí. El dilema aquí es que, con sólo sembrar esa tenue idea en mi mente, pones en marcha la maquinaria de la perversión que es mi imaginación. Engranes y bandas se mueven y tejen redes de oscuras ideas y sucias intensiones para formar la telaraña que es la fantasía de la que eres protagonista. Pero vamos, no es eso lo que estamos discutiendo. La cuestión es puntual y resumiré mis torcidas ideas para tratar de darte una respuesta puntual.

Si fuera yo el afortunado que tuviera a su cargo la deliciosa tarea de escoger tu guardarropa, no podría resistirme a convertirte en una princesa, una lolita, una muñequita, una criatura que causara conflicto en mi ser con el choque de emociones, en el huracán de deseos que es contemplar tu belleza.

Obviamente, tendría que ser un vestido lo que usaras, porque el vestido evoca una idea de decencia, de pasividad por ser una prenda pesada y larga, pero a la vez de acción sensual por dejar acceso a tu ser al deslizar una mano fugazmente bajo la tela y dejar que se pierda entre la tibieza de tus muslos. El vestido debería ser amplio, majestuoso como el de una princesa, con una caída delicada y elegante para compaginar con el porte de niña rica y mimada que tienes, que llegara un poco debajo de tus rodillas de nena traviesa, de esas rodillas a las que varios anhelamos besar sus corvas mientras las llevamos de paseo hasta tus hombros.

El vestido debería ser de color blanco y satinado, ¿tal vez rosa o azul? no me decido porque los tres colores representan a la perfección la esencia de lolita diabólica que despides, pero tal vez escogería el blanco para que el color haga que la delicada tela se funda con el claro tono de esa piel tentadora que me encanta espiar.

¿Soy ahora un monstruo por anhelar tu carne? No lo sé en realidad. ¿Era entonces el lobo feroz un monstruo por acechar a caperucita mientras ésta deambulaba por el bosque?... espera, sí, sí lo era. Bueno, entonces, ante tan abrumadora evidencia deberé abrazar mi papel de monstruo con pasión criminal, con abandono salvaje y, sobre todo, con devoción religiosa. Ya es tarde para este viejo animal, esta criatura olvidada por el bosque, pues ya no puedo devolver estos ojos que se han acostumbrado a deleitarse en la graciosa figura que escondes bajo tu caperuza, ni estas orejas que ansían escucharte mientras me susurras dulces y sucias palabras al oído, ni esta boca para comerte mejor, para saborear la trémula carne de tus nalgas y recorrer con la lengua tu espalda hasta llegar al paraíso.

Cierto, el vestido. Que descuido de mi parte. ¿Dónde iba? Oh, sí, perdón. Si el vestido es blanco, haré trampa (porque me encanta jugarte sucio) y deberá tener adornos en color rosa o azul, que hacen juego maravillosamente con tu cabello negro y esos ojos color miel. Procuraré que los adornos sean olanes y encaje, que son detalles que invitan a recorrer la tela, a pasearse por pliegues y bordes para apreciar dónde es que termina la exquisita prenda y comienzan tus lindos brazos, tus seductoras piernas y tu cuello, ese cuello que este viejo lobo desea morder para sentir tu corazón palpitar.

El vestido deberá ir acompañado, por supuesto, de unos relucientes y lustrosos zapatitos blancos. Digo, no somos salvajes y debes usar el calzado propio de esa niña delicada que evocas. Claro, añadiré unas medias al conjunto, porque este viejo morador del bosque alguna vez fue un caballero de reluciente armadura y lo que queda de él aún busca en la chiquilla frente a él a una dama. Se aferra a encontrar entre tus rodillas raspadas y tu cabello alborotado a la ninfa del bosque que lo llevará a terminar su cruzada. Las medias deberán ser de un tono crema, rosa también pero casi blanco, que dibujen los dedos de tus pies, que suban acariciando las curvas de tus piernas, el contorno de tus pantorrillas y se detengan a medio muslo, bajo el vestido.

Deberás llevar una diadema, con orejitas de gato porque en ti ese contraste de ternura y sensualidad llena de una rabia indescriotible a este viejo lobo. Y si no fuera una diadema, tendría que ser un pequeño moño rosa o blanco, que me de una excusa para acariciar tu cabello mientras te miro a esos rasgados, profundos y dormilones ojos cafés.

Para acentuar más el contraste de niña y mujer, labial rojo, que remarque tu sensualidad tierna, tu carácter de nínfula, de chiquilla tentadora y de anzuelo para el pecado, que invite a besarte, a perderse entre esos llenos y dulces labios, a morder tu boca y arrebatarte el aliento, que me lleve a devorar tu alma.

Pantaletas rosas o blancas, con encaje u holancitos porque, maldita sea si voy a perderme en una fantasía así, quiero que luzcas tan dulce como sea posible, que la carne de tus nalgas tiemble mientras te arranco las pantaletas, mientras pago humilde tributo a tus templos, mientras me disuelvo en la música que produce tu ser.

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