La historia del celuloide siempre ha estado repleta con películas que cargan con el ya erosionado apelativo de "malditas". Pero con tal término no me refiero a esos terribles trabajos cuyos valores de producción hacen sonrojar al crítico que se llena de pena ajena al contemplar tales catástrofes comerciales. Me refiero directamente a esa casta de filmes que ofenden a críticos y espectadores, a miembros de la sociedad y de la industria por igual, incluso con su mera existencia. Trabajos cinematográficos que son célebres por ser considerados pecados fílmicos, incitadores del mal o alabanzas al horror.
Dentro de este panteón de películas, excomulgadas del círculo celeste destinado al "buen cine", se pueden encontrar dos grandes categorías de filmes malditos: aquellos cuyo pecado es el de la sangre y otros que pecan de carne.
Los primeros son filmes que evocan el morbo de la violencia, de la brutalidad y el odio que viven dentro de todos nosotros, instintos intentando aflorar a cada instante, obras que horrorizan e hipnotizan de igual forma, no sólo con la sangre mostrada en la pantalla, sino con las ideas violentas e incendiarias que arrojan contra nuestro sentido de confort social. Estas películas se aferran con saña a nuestras mentes y contaminan cada uno de nuestros pensamientos por el resto de nuestras vidas, porque alimentan nuestras fantasías de destrucción, de venganza. Sacian nuestra sed de sangre dando de beber a nuestros avatares cinematográficos. Nos dejan ser los villanos, los que someten, violan y destruyen. Son películas que sacian nuestra ira e impotencia.
Las películas que evocan el ardor de la carne, hablando de la segunda categoría mencionada anteriormente, son las que alimentan nuestra lujuria, o al menos intentan jugar con ella, porque curiosamente, es más sencillo saciar la sed de sangre que la de experiencias sensuales. Ambos son placeres culpables para muchos, pero cuando se trata de dejarnos llevar por nuestra lujuria, somos más exquisitos, más selectivos, más críticos con aquello que consumimos.
Con el tiempo nos hemos vuelto menos sensibles, o menos hipócritas ante la visión de la sangre. Somos menos susceptibles de enfermarnos ante la visión de la agonía de otro ser humano y esto ha propiciado que las películas cuya misión es la de saciar este apetito hematófago crucen frecuentemente la frontera de lo "aceptable" en un intento por innovar o atraer y sean desterradas del círculo angélico del cine comercial, con un estigma en la frente que reza "torture-porn" (aunque esto luego se vuelve un efecto que invierte el ciclo y les otorga el propio éxito comercial). De igual manera, filmes que otrora momento les fuera negada su entrada al edén de lo "aceptable" han recibido el perdón y ahora se les aprecia como productos que, en su época, fueron incomprendidos y catalogados como mera violencia masturbatoria.
Conforme el tiempo ha avanzando a lo largo del último medio siglo, nos gusta hacernos la ilusión de que nuestros prejuicios sobre la carne se han diluido y que nos hemos vuelto "sexualmente más civilizados". Una supuesta prueba de esto, es que ahora, a diferencia de sus hermanas de sangre, las películas que hablan sobre el ardor de la carne son difícilmente excomulgadas del edén comercial.
Críticos admiran las más absurdas y pornográficas de las obras y les inventan atributos que se tienen que explicar detalladamente tras la visualización de la película, porque de otro modo ese segundo y medio de una escena que da "el mensaje" del trabajo, no tiene sentido para nadie.
En estos días, si alguien critica un filme que aborda algún tema relativo a la sexualidad (salvo el caso particular que trataremos más adelante) se le observa con rencor y ahora él es excomulgado del círculo de "conocedores" por su insensibilidad o sus supuestos prejuicios. Este, obviamente, no es el caso de todas las producciones que deciden arrojarse a tantear la mente de los espectadores, jugando con sus ideas de placer y libertad, pero es cierto que hay montones de trabajos que viven solamente de mostrar sexo de la manera más morbosa posible en una pantalla, vendiéndola como una idea atrevida (saludos a la producción de Nymphomaniac).
Es aquí donde vemos cómo el sub-universo de las películas excomulgadas del panteón comercial por sus pecados de carne se ha reducido. Somos más tolerantes y abiertos a nuestra sexualidad... o eso nos gusta creer. Porque el caso que vemos cuando hablamos de este pecado, es el contrario en todos sentidos. Mientras que con las películas de sangre vemos cómo se han otorgado perdones y la misericordia que otorgan los modernos críticos, desde sus tronos de marfil, ha elevado viejos trabajos al panteón de lo aceptable, en el caso de las películas de carne vemos que, a la luz de nuestra mirada "más civilizada y tolerante", algunos trabajos han sido desterrados en tiempos recientes, por tocar temas que, ahora, resultan no ser dignos de comparecer ante nuestros refinados y tolerantes ojos modernos.
Dentro de este panteón de películas, excomulgadas del círculo celeste destinado al "buen cine", se pueden encontrar dos grandes categorías de filmes malditos: aquellos cuyo pecado es el de la sangre y otros que pecan de carne.
Los primeros son filmes que evocan el morbo de la violencia, de la brutalidad y el odio que viven dentro de todos nosotros, instintos intentando aflorar a cada instante, obras que horrorizan e hipnotizan de igual forma, no sólo con la sangre mostrada en la pantalla, sino con las ideas violentas e incendiarias que arrojan contra nuestro sentido de confort social. Estas películas se aferran con saña a nuestras mentes y contaminan cada uno de nuestros pensamientos por el resto de nuestras vidas, porque alimentan nuestras fantasías de destrucción, de venganza. Sacian nuestra sed de sangre dando de beber a nuestros avatares cinematográficos. Nos dejan ser los villanos, los que someten, violan y destruyen. Son películas que sacian nuestra ira e impotencia.
Las películas que evocan el ardor de la carne, hablando de la segunda categoría mencionada anteriormente, son las que alimentan nuestra lujuria, o al menos intentan jugar con ella, porque curiosamente, es más sencillo saciar la sed de sangre que la de experiencias sensuales. Ambos son placeres culpables para muchos, pero cuando se trata de dejarnos llevar por nuestra lujuria, somos más exquisitos, más selectivos, más críticos con aquello que consumimos.
Con el tiempo nos hemos vuelto menos sensibles, o menos hipócritas ante la visión de la sangre. Somos menos susceptibles de enfermarnos ante la visión de la agonía de otro ser humano y esto ha propiciado que las películas cuya misión es la de saciar este apetito hematófago crucen frecuentemente la frontera de lo "aceptable" en un intento por innovar o atraer y sean desterradas del círculo angélico del cine comercial, con un estigma en la frente que reza "torture-porn" (aunque esto luego se vuelve un efecto que invierte el ciclo y les otorga el propio éxito comercial). De igual manera, filmes que otrora momento les fuera negada su entrada al edén de lo "aceptable" han recibido el perdón y ahora se les aprecia como productos que, en su época, fueron incomprendidos y catalogados como mera violencia masturbatoria.
Conforme el tiempo ha avanzando a lo largo del último medio siglo, nos gusta hacernos la ilusión de que nuestros prejuicios sobre la carne se han diluido y que nos hemos vuelto "sexualmente más civilizados". Una supuesta prueba de esto, es que ahora, a diferencia de sus hermanas de sangre, las películas que hablan sobre el ardor de la carne son difícilmente excomulgadas del edén comercial.
Críticos admiran las más absurdas y pornográficas de las obras y les inventan atributos que se tienen que explicar detalladamente tras la visualización de la película, porque de otro modo ese segundo y medio de una escena que da "el mensaje" del trabajo, no tiene sentido para nadie.
En estos días, si alguien critica un filme que aborda algún tema relativo a la sexualidad (salvo el caso particular que trataremos más adelante) se le observa con rencor y ahora él es excomulgado del círculo de "conocedores" por su insensibilidad o sus supuestos prejuicios. Este, obviamente, no es el caso de todas las producciones que deciden arrojarse a tantear la mente de los espectadores, jugando con sus ideas de placer y libertad, pero es cierto que hay montones de trabajos que viven solamente de mostrar sexo de la manera más morbosa posible en una pantalla, vendiéndola como una idea atrevida (saludos a la producción de Nymphomaniac).
Es aquí donde vemos cómo el sub-universo de las películas excomulgadas del panteón comercial por sus pecados de carne se ha reducido. Somos más tolerantes y abiertos a nuestra sexualidad... o eso nos gusta creer. Porque el caso que vemos cuando hablamos de este pecado, es el contrario en todos sentidos. Mientras que con las películas de sangre vemos cómo se han otorgado perdones y la misericordia que otorgan los modernos críticos, desde sus tronos de marfil, ha elevado viejos trabajos al panteón de lo aceptable, en el caso de las películas de carne vemos que, a la luz de nuestra mirada "más civilizada y tolerante", algunos trabajos han sido desterrados en tiempos recientes, por tocar temas que, ahora, resultan no ser dignos de comparecer ante nuestros refinados y tolerantes ojos modernos.
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