Debo decir, sin temor a arrepentirme, que siempre recordaré con mucha nostalgia y cariño mi carrera universitaria, y a las personas que conocí durante la misma.
Mi historia académica y personal se desenvolvieron siempre de la mano pues, después de todo, soy un nerd y no me arrepiento de ello.
En los mozos años de la primaria, fui un ente sin definición ni aspiraciones. Era un niño indistinguible del montón, que no destacaba ni se quedaba en las sombras. Aquel fue un periodo gris, sin demasiadas penas ni alegrías, donde todo lo que sucedía era filtrado por una mente a medio cuajar de 10 años. Se trató de un tránsito inocuo e irrelevante, sazonado ocasionalmente por el gusto de verle los calzones a alguna compañerita o toquetearla levemente jugando a las "inyecciones".
Durante la secundaria, las cosas cambiaron y mi ñoñez se acentuó, lo que también marcó la pauta de inicio para la marcha que me llevaría al extremo marginal de la sociedad escolar y la real. Este periodo se veía aderezado por alguna golpiza ocasional de aquellos que sentían su ego herido o amenazado al lado de un "pobre pendejo" (en sus palabras) como yo.
A lo largo de aquellos años me convertí en centro de atracción gravitacional de puños, pies, rodillas, codos y una asombrosa variedad de objetos contundentes. Mágicamente me había transformado en el costal de golpeo de cualquiera que sintiera la necesidad de reafirmar su hombría. Fue la época más lamentable de esta sosa existencia, y la que más me ha perturbado hasta hoy, arraigando en mí una agorafobia que sigo superando.
El paso por la preparatoria fue más calmo y relajado. Descubrí que podía ganarme a la gente a través de ofrecer mis tareas y pasar las respuestas durante los exámenes. Descubrí también cuán cínica se vuelve la gente, pues conocí a muchos que deseaban tumbarme los dientes por ser diferente, pero que se mordían un huevo y me sonreían sólo por el interés. También yo me volví cínico, manipulador e insensible. Y tú lo sabes bien Ana. Aprendí a explotar los miedos, esperanzas y necesidades afectivas
de la gente. Me dí cuenta de que una actitud sumisa y amable, me podía ganar más ventajas en los que me rodeaban. Esto último sobre todo, si me identificaban como una fuente o como un pozo
(ay wey, eso se oye bien omosetzual). La fuente es quien provee, de materia o de medios, en este caso intelectuales; mientras que el pozo es quien recibe (sí, se sigue
escuchando omosetzual) algo, quien escucha, quien finge comprender, quien finge interés, el que asume un rol pasivo en la conversación, dejando que otros sientan que me importa
lo que hacen con sus vidas o creyendo que siento alguna admiración hacia ellos.
En los años que siguieron, mientras trabajaba, aprendí a usar máscaras. Si bien ya podía fingir muchas actitudes y poses (no sexuales), rodeado de obreros que difícilmente habían aprendido a leer, y cuya idea de
cultura era ver las películas de semana santa e ir a la romería, entendí que debía usar elementos del entorno para ocultar mis verdaderos intereses, callar mis opiniones, y que
era necesario fingir características que me convirtieran en un miembro más del rebaño. Mi debilidad de carácter no me permitía ser un individuio que pudiera luchar a
contra-corriente, así que debía integrarme.
Así, fui relegando elementos de mi carácter y desarrollé dos personalidades, la que mostraba a quienes me rodeaban fuera del círculo familiar, y la que usaba cuando no me sentía
vulnerable. La creación de esta máscara, que con el tiempo se convirtió en una coraza que usaba indiscriminadamente para protegerme de aquellos a quienes temía, se convirtió por
un momento de mi vida, en mi única personalidad. Desarrollé desórdenes de identidad que aún cargo hoy día, siendo víctima de una volatilidad emocional que apenas controlo.
Posteriormente llegó el primer amor, una chava con la que trabajaba y ante la cual, cegado por una falsa idea de amor, me descubrí. "Sólo quiero llorar entre tus brazos" fue la
frase que sentenció mi existencia. Hoy en día recuerdo cómo se lo dije, y supongo que si Charles Bronson me hubiera escuchado, me habría disparado para acabar con mi
sufrimiento. Como fuese, cuando le dije aquello, de verdad me sentía mal, y cuando ella se soltó a carcajada tendida, me destrozó. Literalmente, mi coraza se había destrozado, ya no tenía modo de cubrirme del exterior, y mi interior estaba expuesto. Me sentí desilusionado y deshecho cuando ella se rió, pero cuando me enteré de que se lo había contado a media planta de producción, y todos comenzaron a hacer bromas sobre la frase, me sentí traicionado. Necesitaba el empleo, y con mi nula experiencia no me quise arriesgar a no encontrar otro, así que tuve que tragarme el odio y el miedo, cosas que aún no acabo de purgar de mi interior.
Simplemente me cerré, nunca más volví a entablar conversación con nadie y mis respuestas para todo dificilmente excedían las 3 palabras de extensión, procurando tanto como fuera posible responder apenas con un sí/no. Me abandoné a mi mismo y comencé a reprocharme por ser distinto, por no ser "normal". Aprendí a odiarme, despreciar lo que me recordaba esa debilidad, y por un momento, me convertí en una persona como las que me habían hecho tanto daño en la vida. También usé términos como "pobre pendejo" y descarté personas de la misma manera en que me habían descartado a mí.
Aunque muchos no lo crean, no es agradable ser un virgen de 20 años que nunca ha tenido novia, en la tierra de los "machos".
Cuando entré a la universidad, supuse que debería llevar una máscara, después de todo, era lo único que conocía para poder socializar. Pero con el tiempo, me di cuenta de que esa máscara no era necesaria. Aquí no era descartado ni necesitaba de códigos especiales de conducta para acceder a ningún grupo de personas. Por las avenidas de la escuela pululaban en paz, lo mismo punks que fans de yugi-oh. Nunca tuve problemas para entablar conversaciones sobre mis intereses propios. La ciencia ficción, el anime, el hevy metal o cualquier otra cosa que me fascinara, ya no eran temas tabues ni impropios para ser discutidos. La primera vez que tuvimos un debate para 5, de una hora, sobre las inconsistencias científicas serias de "Volver al futuro" (Con mujeres incluídas... ¡que participaban activamente!) sentí una verdadera liberación espiritual. No me engaño a mí mismo, también hay gañanes dentro de estos loables muros, pero son los menos.
Pero lo más importante, sin duda es que aquí pude ser sincero conmigo, dejar a un lado la máscara y andar por ahí sin temor de ser herido. Pude ser sincero también con otros. Los amigos que aquí tengo, son mis amigos de verdad, y no hay cuota de peaje ni hacia mí ni hacia ellos. Aquí pude abandonar los intereses fingidos y las empatías de conveniencia. La gente a mi lado, quiere estarlo, y yo quiero que lo esté.
Este lugar incluso me ha dado la oportunidad de que mis torpes labios de nerd se empalmen a los de una chica geek, a ritmo de heavy metal. Si bien, aquello fue efímero y no terminó como hubiera deseado, debo decir que la experiencia me devolvió más humanidad y me brindó más tranquilidad de las que jamás creí poder recuperar. En pocas palabras, en la Universidad he podido ser una persona, y una persona completa. También he aprendido a ser una persona, entre, y a pesar, de la gente "normal".
Personalmente, siempre llevaré un grato recuerdo de estos años, que han sido los 5 mejores de mi vida (es que voy lento, pero despacio).
Mi historia académica y personal se desenvolvieron siempre de la mano pues, después de todo, soy un nerd y no me arrepiento de ello.
En los mozos años de la primaria, fui un ente sin definición ni aspiraciones. Era un niño indistinguible del montón, que no destacaba ni se quedaba en las sombras. Aquel fue un periodo gris, sin demasiadas penas ni alegrías, donde todo lo que sucedía era filtrado por una mente a medio cuajar de 10 años. Se trató de un tránsito inocuo e irrelevante, sazonado ocasionalmente por el gusto de verle los calzones a alguna compañerita o toquetearla levemente jugando a las "inyecciones".
Durante la secundaria, las cosas cambiaron y mi ñoñez se acentuó, lo que también marcó la pauta de inicio para la marcha que me llevaría al extremo marginal de la sociedad escolar y la real. Este periodo se veía aderezado por alguna golpiza ocasional de aquellos que sentían su ego herido o amenazado al lado de un "pobre pendejo" (en sus palabras) como yo.
A lo largo de aquellos años me convertí en centro de atracción gravitacional de puños, pies, rodillas, codos y una asombrosa variedad de objetos contundentes. Mágicamente me había transformado en el costal de golpeo de cualquiera que sintiera la necesidad de reafirmar su hombría. Fue la época más lamentable de esta sosa existencia, y la que más me ha perturbado hasta hoy, arraigando en mí una agorafobia que sigo superando.
El paso por la preparatoria fue más calmo y relajado. Descubrí que podía ganarme a la gente a través de ofrecer mis tareas y pasar las respuestas durante los exámenes. Descubrí también cuán cínica se vuelve la gente, pues conocí a muchos que deseaban tumbarme los dientes por ser diferente, pero que se mordían un huevo y me sonreían sólo por el interés. También yo me volví cínico, manipulador e insensible. Y tú lo sabes bien Ana. Aprendí a explotar los miedos, esperanzas y necesidades afectivas
de la gente. Me dí cuenta de que una actitud sumisa y amable, me podía ganar más ventajas en los que me rodeaban. Esto último sobre todo, si me identificaban como una fuente o como un pozo
(ay wey, eso se oye bien omosetzual). La fuente es quien provee, de materia o de medios, en este caso intelectuales; mientras que el pozo es quien recibe (sí, se sigue
escuchando omosetzual) algo, quien escucha, quien finge comprender, quien finge interés, el que asume un rol pasivo en la conversación, dejando que otros sientan que me importa
lo que hacen con sus vidas o creyendo que siento alguna admiración hacia ellos.
En los años que siguieron, mientras trabajaba, aprendí a usar máscaras. Si bien ya podía fingir muchas actitudes y poses (no sexuales), rodeado de obreros que difícilmente habían aprendido a leer, y cuya idea de
cultura era ver las películas de semana santa e ir a la romería, entendí que debía usar elementos del entorno para ocultar mis verdaderos intereses, callar mis opiniones, y que
era necesario fingir características que me convirtieran en un miembro más del rebaño. Mi debilidad de carácter no me permitía ser un individuio que pudiera luchar a
contra-corriente, así que debía integrarme.
Así, fui relegando elementos de mi carácter y desarrollé dos personalidades, la que mostraba a quienes me rodeaban fuera del círculo familiar, y la que usaba cuando no me sentía
vulnerable. La creación de esta máscara, que con el tiempo se convirtió en una coraza que usaba indiscriminadamente para protegerme de aquellos a quienes temía, se convirtió por
un momento de mi vida, en mi única personalidad. Desarrollé desórdenes de identidad que aún cargo hoy día, siendo víctima de una volatilidad emocional que apenas controlo.
Posteriormente llegó el primer amor, una chava con la que trabajaba y ante la cual, cegado por una falsa idea de amor, me descubrí. "Sólo quiero llorar entre tus brazos" fue la
frase que sentenció mi existencia. Hoy en día recuerdo cómo se lo dije, y supongo que si Charles Bronson me hubiera escuchado, me habría disparado para acabar con mi
sufrimiento. Como fuese, cuando le dije aquello, de verdad me sentía mal, y cuando ella se soltó a carcajada tendida, me destrozó. Literalmente, mi coraza se había destrozado, ya no tenía modo de cubrirme del exterior, y mi interior estaba expuesto. Me sentí desilusionado y deshecho cuando ella se rió, pero cuando me enteré de que se lo había contado a media planta de producción, y todos comenzaron a hacer bromas sobre la frase, me sentí traicionado. Necesitaba el empleo, y con mi nula experiencia no me quise arriesgar a no encontrar otro, así que tuve que tragarme el odio y el miedo, cosas que aún no acabo de purgar de mi interior.
Simplemente me cerré, nunca más volví a entablar conversación con nadie y mis respuestas para todo dificilmente excedían las 3 palabras de extensión, procurando tanto como fuera posible responder apenas con un sí/no. Me abandoné a mi mismo y comencé a reprocharme por ser distinto, por no ser "normal". Aprendí a odiarme, despreciar lo que me recordaba esa debilidad, y por un momento, me convertí en una persona como las que me habían hecho tanto daño en la vida. También usé términos como "pobre pendejo" y descarté personas de la misma manera en que me habían descartado a mí.
Aunque muchos no lo crean, no es agradable ser un virgen de 20 años que nunca ha tenido novia, en la tierra de los "machos".
Cuando entré a la universidad, supuse que debería llevar una máscara, después de todo, era lo único que conocía para poder socializar. Pero con el tiempo, me di cuenta de que esa máscara no era necesaria. Aquí no era descartado ni necesitaba de códigos especiales de conducta para acceder a ningún grupo de personas. Por las avenidas de la escuela pululaban en paz, lo mismo punks que fans de yugi-oh. Nunca tuve problemas para entablar conversaciones sobre mis intereses propios. La ciencia ficción, el anime, el hevy metal o cualquier otra cosa que me fascinara, ya no eran temas tabues ni impropios para ser discutidos. La primera vez que tuvimos un debate para 5, de una hora, sobre las inconsistencias científicas serias de "Volver al futuro" (Con mujeres incluídas... ¡que participaban activamente!) sentí una verdadera liberación espiritual. No me engaño a mí mismo, también hay gañanes dentro de estos loables muros, pero son los menos.
Pero lo más importante, sin duda es que aquí pude ser sincero conmigo, dejar a un lado la máscara y andar por ahí sin temor de ser herido. Pude ser sincero también con otros. Los amigos que aquí tengo, son mis amigos de verdad, y no hay cuota de peaje ni hacia mí ni hacia ellos. Aquí pude abandonar los intereses fingidos y las empatías de conveniencia. La gente a mi lado, quiere estarlo, y yo quiero que lo esté.
Este lugar incluso me ha dado la oportunidad de que mis torpes labios de nerd se empalmen a los de una chica geek, a ritmo de heavy metal. Si bien, aquello fue efímero y no terminó como hubiera deseado, debo decir que la experiencia me devolvió más humanidad y me brindó más tranquilidad de las que jamás creí poder recuperar. En pocas palabras, en la Universidad he podido ser una persona, y una persona completa. También he aprendido a ser una persona, entre, y a pesar, de la gente "normal".
Personalmente, siempre llevaré un grato recuerdo de estos años, que han sido los 5 mejores de mi vida (es que voy lento, pero despacio).
Comentarios
¿Al ritmo de heavy metal?
Te quiero.
Saludos
Igual la termine