Teclea, apresurado, palabras sin sentido que se plasman en la pantalla de su computadora. Al abrigo de la pálida luz del monitor, escribe con rabia mientras una triste canción hace eco en la vacía y oscura habitación donde se encuentra.
Sus dedos se deslizan con la rapidez de mercurio sobre el teclado mientras el caudal de ideas fluye del manantial intangible albergado en su mente. El cadencioso sonido del golpeteo producido por la teclas posee el ritmo al cual baila la efímera creación que es aquel escrito. Imágenes, recuerdos y fantasías se tornan en palabras sobre la pantalla y poco a poco se entretejen para conformar el universo de una trama.
Su mente se inunda con miles de posibles algoritmos que describen y estructuran sueños inconclusos y pensamientos incorporales que sólo pueden ser mesurados por las redes de su imaginación. Siente el poder creativo fluir desde su espina dorsal, correr por las terminales nerviosas de su alma y salir despedido por la punta de sus dedos. No es la primera vez y no logra disimular el goce que muta en la tenue sonrisa esbozada en su rostro ante el placer de saberse poseído por el espíritu creativo.
Pero entonces ocurre algo... Lo indefinido aparece: una duda artística, un traspié creativo. La musa lo abandona y se encuentra sólo, desnudo creativamente y desvalido, sin un soporte dónde construir el puente que enlace la siguiente idea del escrito.
De repente, sus dedos se detienen, dejan de bailar y el ritmo se pierde por completo. La creación se tambalea errante y al final el arrepentimiento del creador destruye el universo.
Algo está mal y no logra descubrir de qué se trata.
Retrae las manos hacia el pecho y se lleva el puño derecho con suavidad a los labios. La duda que lo asalta no se desvanece. Presiona los puños con fuerza hasta que los huesos de las falanges crujen y por fin aquella molesta sensación se vaporiza.
Retoma la posición de hace un momento y coloca las manos sobre el teclado, se dispone a retomar el ritmo, a re-invocar al espíritu, pero no lo consigue. Sus dedos no se mueven, mercurio lo ha abandonado, el reconfortante sonido de las teclas no se deja escuchar y todo parece congelarse en un mortecino silencio. Su inspiración se ha cortado de tajo, dejándolo con el agudo dolor de la impotencia creativa.
El caudal está seco y la fuente yace extinta. Aguarda preocupado, como la bestia que espera al depredador. Los segundos transcurren y no hay reacción en su mente. Trata de forzarse, intenta cavar un pozo entre sus ideas para resucitar el flujo que le daba vida a su historia, pero nada aparece, sólo el polvo de la desesperación.
Ahora sólo puede contemplar horrorizado cómo su obra comienza a retroceder coja ante su incertidumbre. Toma una decisión: Tal vez al releer lo ya escrito, logre retomar el impulso inicial. Pero la meta no se cumple.
Cada línea que lee le parece más grotesca, más absurda que la anterior. La ira de los desposeídos de inspiración se apodera de su corazón y sin pensarlo cierra el procesador de palabras. Una leyenda le pregunta si desea cerrar el documento sin guardarlo y la sin razón responde que sí. Insiste en sus adentros que lo mejor será comenzar de nuevo.
Un cursor mudo parpadea sobre una hoja de texto virtual, igualmente vacía. Después de 5 minutos, el caudal no ha aparecido y la hoja aún luce estéril, sin vida. Es definitivo, la inspiración ha muerto esta noche y no hay forma de guardarle luto. Pero no se resigna, al menos no por ahora. Sabe que debe terminar el escrito. No importa qué pero debe escribir algo. Esto ya no es por talento, se trata del orgullo.
Trata de preguntarse a sí mismo qué escribir.
Debe escoger una buena trama, algo interesante, algo innovador, aunque en realidad eso es muy difícil. Repasa cada posibilidad y las analiza meticulosamente: Tal vez una historia de terror sería la opción indicada.
Siente temor.
Ha terminado de leer “El procesador de palabras de los dioses” de Stephen King. Este nombre y la ominosa historia relatada en aquel cuento hacen tambalear su cordura ante la idea de que lo escrito pueda volverse real.
Y es que su imaginación ya le ha jugado más de una ocasión alguna mala broma en el medio de la penumbra más solitaria. Acaba de ver un reportaje de “Abducciones extraterrestres” recién estrenado en la televisión y su estomago se encoge ante la posibilidad de que si escribe sobre este tema, en algún momento un ser grisáceo de enormes y penetrantes ojos sin vida, enmarcados por un grotesco cráneo, surja de las tinieblas y lo someta a indescriptibles pruebas médicas. En ese caso, lo más cuerdo sería escribir algo sobre sus fantasías más húmedas, con bellas ninfas, enfundadas en holgados y brillantes uniformes de colegio, adornadas con cándidas y sensuales orejitas felinas en las diademas, listas para ser sometidas por el implacable deseo.
Pero él sabe que es más probable ser secuestrado por alienígenas que encontrarse en tal lúbrica situación. El celibato inducido no es tan agradable como muchos podrían pensarlo. Al menos es un infierno para su indecorosa mente, incapacitada para procesar la imagen de una mujer sin antes configurarla en todas las posiciones tántricas conocidas. Pero aún así le agradaría algo de compañía femenina, al menos en el medio de la penumbra de esta noche.
La soledad le cobija el corazón lo mismo que las sombras a su cuerpo en el medio del cuarto que ocupa mientras trata de redactar algo digno de ser leído.
Una cálida y tersa mano recorriendo su pierna, unas dulces palabras recitadas y un par de bien torneadas piernas cubiertas por una bella falda tableada no le molestarían en lo absoluto. Aunque es muy probable que en tales circunstancias se enfocaría a otras actividades más agotadoras en el aspecto físico.
O tal vez la solución a su bloqueo mental se presentaría si escribiera alguna opinión sobre las mujeres. Se ha sentido tentado incluso a escribir relatos eróticos como si fuera una mujer, después de todo nada atrae la atención de la gente como la auto-biografía de una mujer sexualmente activa. Pero esto le trae al dilema eterno de los errores que pudiera cometer al tratar de ocupar un lugar que no es el suyo. Además… esto no sería muy bien visto en algunos círculos que suele frecuentar, y no le agrada demasiado la idea de cambiar de género, así que por ahora, a descansar.
Comentarios
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.