Ser mejor que los demás, esforzarse al máximo y superarse a cada paso. Esos son los valores que nos han adiestrado a seguir desde nuestra insulsas infancias. Tanto nuestras familias, como “El Sistema” (la conjunción de medios de comunicación y poderes estatales), se han afanado en dejar los principios del trabajo duro y la humildad grabados con fuego en nuestras mentes.
Desde pequeños recibimos los mensajes de lo dignificante que es trabajar duro, de lo gratificante que resulta sacrificarnos para ser mejores y de lo noble que resulta priorizar nuestras obligaciones sobre nuestros placeres.
Pero todo esto en realidad es un engaño que “El Sistema” se esfuerza en hacernos creer.
Nosotros vivimos secuestrados dentro de un sistema religioso-capitalista, donde el bien más preciado, es el sacrificio humano. Conforme renunciamos a nuestra humanidad y aceptamos el yugo de este sistema, nos convertimos en “miembros productivos” de la sociedad.
El mayor triunfo de este sistema enfermo es el convertir a seres humanos en herramientas de aprovechamiento general.
Se nos inculca que el trabajo duro es dignificante, que nos hace buenos y que la pereza es un mal, o un pecado. La finalidad de esta idea es programarnos, para ver las brutales e inhumanas jornadas laborales, con horas extra mal pagadas, si es que se pagan, como algo bueno, pues nos convierte en seres más dignos. Se nos entrena para recibir la opresión como algo que nos purifica y nos eleva a un grado superior.
Somos continuamente bombardeados por mensajes de supuesta superación, que en realidad lo que nos dicen es que debemos ser mejores esclavos. No se nos incita a cultivar nuestras mentes, no se nos alienta a leer, a escribir, a ir al teatro o a escuchar música ajena a lo que las estaciones de radio presentan. Para “el sistema”, ser mejores implica llegar más temprano al trabajo y salir más tarde, sin quejarnos ni exigir pagos extra. Se nos ha metido con calzador la idea del empresario exitoso, que llegó a la cúspide del mundo desvelándose y desmañanándose para servir en la empresa donde labora. Esta caricatura de hombre exitoso tiene la función de vovler estúpidas a las personas, a cambio de un ideal sin sentido, como es el “arrojo”, ese falso don que nos han hecho atribuirle erróneamente a la gente de éxito. Sólo los idiotas están seguros de lo que hacen. En la medida en que somos más inteligentes consideramos más factores en las decisiones que tomamos, tenemos presentes las consecuencias de nuestras acciones, de nuestros fallos y analizamos los errores de otros. Por esto, dudamos, vacilamos y algunas veces nos retractamos, pero el grueso de la población ve esto como un signo de debilidad, de cobardía y falta de capacidad para ser “líder”. Las masas rechazan a quienes dudan, y admiran a los idiotas que les proporcionan salidas rápidas y decisiones tajantes, sin entrever que esto sólo puede indicar una profunda ignorancia de parte de quienes les guían.
Por último, despues de arrebatarnos las horas más valiosas de nuestro día, y de evaporar nuestra esperanza en una sociedad más culta, “el sistema” se lleva lo poco que nos queda: nuestra diversión. Se nos recuerda constantemente que una persona “responsable” es la que antepone sus deberes antes que sus placeres. Y esto es horrible, pues nuestro tiempo de esparcimiento y ocio es lo poco que nos aleja de ese “utilitarismo” diario del trabajo. De nuevo, esto tiene como función el convertirnos en lacayos más eficientes, pues si no sólo nos sacrificamos en el trabajo, sino también en nuestro tiempo libre, estaremos asegurando la supervivencia del sistema, a costa de nuestra humanidad.
Desde pequeños recibimos los mensajes de lo dignificante que es trabajar duro, de lo gratificante que resulta sacrificarnos para ser mejores y de lo noble que resulta priorizar nuestras obligaciones sobre nuestros placeres.
Pero todo esto en realidad es un engaño que “El Sistema” se esfuerza en hacernos creer.
Nosotros vivimos secuestrados dentro de un sistema religioso-capitalista, donde el bien más preciado, es el sacrificio humano. Conforme renunciamos a nuestra humanidad y aceptamos el yugo de este sistema, nos convertimos en “miembros productivos” de la sociedad.
El mayor triunfo de este sistema enfermo es el convertir a seres humanos en herramientas de aprovechamiento general.
Se nos inculca que el trabajo duro es dignificante, que nos hace buenos y que la pereza es un mal, o un pecado. La finalidad de esta idea es programarnos, para ver las brutales e inhumanas jornadas laborales, con horas extra mal pagadas, si es que se pagan, como algo bueno, pues nos convierte en seres más dignos. Se nos entrena para recibir la opresión como algo que nos purifica y nos eleva a un grado superior.
Somos continuamente bombardeados por mensajes de supuesta superación, que en realidad lo que nos dicen es que debemos ser mejores esclavos. No se nos incita a cultivar nuestras mentes, no se nos alienta a leer, a escribir, a ir al teatro o a escuchar música ajena a lo que las estaciones de radio presentan. Para “el sistema”, ser mejores implica llegar más temprano al trabajo y salir más tarde, sin quejarnos ni exigir pagos extra. Se nos ha metido con calzador la idea del empresario exitoso, que llegó a la cúspide del mundo desvelándose y desmañanándose para servir en la empresa donde labora. Esta caricatura de hombre exitoso tiene la función de vovler estúpidas a las personas, a cambio de un ideal sin sentido, como es el “arrojo”, ese falso don que nos han hecho atribuirle erróneamente a la gente de éxito. Sólo los idiotas están seguros de lo que hacen. En la medida en que somos más inteligentes consideramos más factores en las decisiones que tomamos, tenemos presentes las consecuencias de nuestras acciones, de nuestros fallos y analizamos los errores de otros. Por esto, dudamos, vacilamos y algunas veces nos retractamos, pero el grueso de la población ve esto como un signo de debilidad, de cobardía y falta de capacidad para ser “líder”. Las masas rechazan a quienes dudan, y admiran a los idiotas que les proporcionan salidas rápidas y decisiones tajantes, sin entrever que esto sólo puede indicar una profunda ignorancia de parte de quienes les guían.
Por último, despues de arrebatarnos las horas más valiosas de nuestro día, y de evaporar nuestra esperanza en una sociedad más culta, “el sistema” se lleva lo poco que nos queda: nuestra diversión. Se nos recuerda constantemente que una persona “responsable” es la que antepone sus deberes antes que sus placeres. Y esto es horrible, pues nuestro tiempo de esparcimiento y ocio es lo poco que nos aleja de ese “utilitarismo” diario del trabajo. De nuevo, esto tiene como función el convertirnos en lacayos más eficientes, pues si no sólo nos sacrificamos en el trabajo, sino también en nuestro tiempo libre, estaremos asegurando la supervivencia del sistema, a costa de nuestra humanidad.
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