Vivimos en una época fascinante, donde el poder de una nación y el nivel de vida de un hombre se miden en los términos de la cantidad y nivel de la tecnología a su disposición.
Mientras el ambiente, tanto urbano como político, se reestructura para brindar mayores comodidades y ofrecer mejores oportunidades de desarrollo a las elites que controlan un mayor volumen de tecnología, aquellos que no logran sumarse a este grupo selecto y no tienen la capacidad de destacar por méritos propios, deben aceptar el sometimiento como única vía de subsistencia.
Y es aquí, en el marco de esta nueva realidad llena de conexiones inalámbricas y transmisiones digitales, donde se produce una de las más grandes y universalmente difundidas ilusiones del mundo moderno: La alta tecnología.
El éxito de esta complicada ilusión que deslumbra por igual a ignorantes y doctos radica en el hecho de que un sistema que se construye basado en un alto nivel tecnológico, no es forzosamente superior ni más eficiente que uno generado donde el nivel tecnológico se encuentra en una fase inferior, aunque si puede ser más espectacular.
¿Cómo puede ser esto posible?. Es fácil de Comprender, pero antes debemos entender lo que la palabra “tecnología” y todas las definiciones ligadas representan verdaderamente, en este contexto, para poder comprender cómo es que el rendimiento de un sistema y la capacidad industrial no están ligados al desarrollo tecnológico, sino al desarrollo técnico.
Primeramente, un sistema debe entenderse como al conjunto de partes, interconectadas o no, pero finalmente relacionadas por pertenencia a un conjunto, que cumplen con cierto objetivo y produce un resultado que puede ser evaluado.
Mario Bunge dice: “La ciencia como actividad -como investigación- pertenece a la vida social; en cuanto se la aplica al mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la investigación y manufactura de bienes materiales y culturales, la ciencia se convierte en tecnología”. Sin embargo, Mario Bunge omitió un paso fundamental en esta declaración.
El conocimiento científico no puede pasar del plano mental donde se encuentra, a la realidad, sin la ayuda de algún método que permita interpretar el conjunto de datos adquiridos, ya sea por experimentación o demostración, y trasladarlos mediante herramientas a la forma de efectos y fenómenos que tengan algún impacto en nuestro mundo material alterando algún elemento, modificando alguna variable dentro del conjunto o aportando un resultado, y finalmente entrelazándose para formar así un sistema.
Supongamos que el lector y un grupo de amigos se hacen con varios sobres, conteniendo semillas de una planta cualquiera, para plantarlas en su jardín. Cada uno de los sobres incluye una descripción detallada de las características del vegetal: el ciclo vital de la planta, su época de mayor aprovechamiento, el número máximo de semillas que es posible sembrar por cada metro cuadrado de tierra, y los niveles óptimos de humedad que el suelo requiere para brindar el máximo rendimiento en el crecimiento y producción de flores o frutos. Pero esta es la única información disponible y supondremos que el lector no logra encontrar más detalles al respecto, ya que se trata de una estrafalaria planta venida desde una oscura región de Vladibostock. Por igual, supondremos que cada uno de los implicados decide resolver el problema sin pedir ni proporcionar información a sus compañeros, sólo para aumentar la tensión de la, ya trepidante, aventura que es la horticultura.
Aún con toda la información de la que ya se dispone, si el lector y sus amigos no saben cuál es el procedimiento necesario para plantar una semilla, no podrán aplicar en la realidad todo el conocimiento adquirido sobre el periodo de vida, cuidado e irrigación de sus berenjenas enanas azules.
Saben exactamente cuál es la cantidad de humedad necesaria en la tierra, para que la planta tenga un desarrollo óptimo, pero no sabe si deberán agregar esa agua a cucharadas, con una manguera o mediante algún otro método o herramienta.
De igual manera conocen bien la intensidad de la luz y los periodos en que debe recibirla la pequeña berenjena, pero tampoco poseen de un método ni de herramientas para procurarla a su pequeño retoño.
Esto nos da una idea clara de cómo el conocimiento científico no puede trasladarse a la forma de tecnología de una manera inmediata sin la ayuda de una técnica. También es claro darnos una de idea cómo, el mismo conocimiento científico generará diferentes técnicas de acuerdo a las posibilidades y características del medio donde se desarrolla. Pero para fines del ejemplo, por ahora sólo nos limitaremos a imaginar el complicado proceso de la siembra.
Pareciera que es fácil: “Hacer un hoyo en la tierra, depositar la semilla ahí y cubrirla de nuevo con tierra” es el método que seguramente el lector habrá determinado, y en realidad es así para la mayoría de los casos en el fascinante mundo de las leguminosas y tubérculos. Sin embargo, dependiendo de la profundidad del hueco, la estrechez y humedad del mismo (seguimos en el mundo de la jardinería), el ángulo en que se hizo y la compactación del sustrato que se generó cuando la herramienta que se haya usado creó el hoyo, así como la forma en que se apisonó o no la tierra que cubrió a la semilla y la forma en que se distribuyó el material removido, afectarán el proceso de germinación en su totalidad, retardándolo, acelerándolo, fortaleciendo el producto, debilitándolo o incluso evitando la germinación misma.
Al haber encontrado el límite del conocimiento del que disponían, y no tener a mano un procedimiento respectivo, cada uno tendrá que idear la forma de implantar su semilla en el jardín propio, y ya sea que usen cualquier clase de herramienta o alguna parte de su cuerpo para hacer el hueco en el suelo, individualmente deberán generar un método, basados en los conocimientos generales de diversas áreas de los cuales disponen y en el hecho de que saben cómo debe terminar todo: con una semilla metida en la tierra del jardín.
Cada uno de los principiantes agrónomos del ejemplo anterior desarrolló un método o varios de ellos; cada uno esencialmente distinto al de sus colegas, para llevar a cabo el cometido y convertir el conocimiento fáctico y formal que habían adquirido de un sobre de semillas, en un sistema. Cada método es adecuado en la medida en que todos consigan su objetivo y el sistema ofrezca un resultado, en este caso, una reluciente y sana berenjena.
Una técnica, según la Real Academia de la Lengua Española es el “Conjunto de procedimientos propios de un arte, ciencia u oficio”.
Así pues, cada uno de los procedimientos que nuestros amantes de la jardinería utilizó para sembrar su semilla, usar herramientas, o incluso crear alguna, dio origen a una o varias técnicas propias, y distintas de las encontradas por los otros sujetos del ejemplo. Pero no debemos olvidar que también existen procesos aislados que no forman parte de ninguna técnica, pero que se utilizan para interconectar o iniciar cada técnica individual (el proceso de cambiar la herramienta en uso o el proceso de conseguir los materiales necesarios para comenzar el trabajo).
El conocimiento que adquieran el lector y sus amigos, en el proceso de transformar la ideas en fenómenos de la realidad, se define como conocimiento técnico, que difiere del conocimiento científico por su carácter estrictamente empírico y de naturaleza “auxiliar” para complementar la realización del saber científico, aunque bien puede valerse de éste, así como generar nuevos hechos o ideas que incrementen el acervo científico disponible.
De igual manera, cada persona pudo haber utilizado diferentes herramientas para aplicar su técnica, o iguales herramientas para diferentes técnicas, así como iguales técnicas con diferentes herramientas.
La tecnología se define como el “Conjunto de los instrumentos, procedimientos y métodos empleados en las distintas ramas industriales.”
Con base en lo anterior, podemos definir a la tecnología como el conjunto de técnicas e instrumentos necesarios para generar un sistema.
Y es posible precisar que el nivel de la tecnología en cada caso que se analice, estará determinada por el volumen y complejidad de las técnicas y las herramientas presentes, pero no por su eficacia ni el nivel de su éxito.
Volviendo al ejemplo anterior, el lector podría usar un rifle para hacer los hoyos en su jardín. Podría disparar al cielo, calcular la parábola que describirá la bala en su caída y determinar el ángulo perfecto para conseguir que la bala que cae de regreso hacia el tirador no lo mate, y de hecho excave los hoyos en la superficie de su jardín justo como él lo desea; después podría extraer las balas del suelo con un electro-imán, e inyectar las semillas en la tierra con una pequeña pistola de aire que también las cubra con la cantidad de tierra suficiente. Esto, mientras algún colega del lector usa su dedo para hacer hoyos en su jardín y sus manos para cubrir la semilla depositada en los mismos con tierra.
En el primer caso, el nivel tecnológico del sistema es bestialmente superior, pues implica una mayor cantidad de procesos y técnicas mucho más complejas, requiriendo también de un mayor volumen de conocimientos técnicos y científicos para su adecuada realización, además de que el costo de este sistema se eleva de manera considerable conforme se deseen plantar más berenjenas.
Al final, ambos procedimientos producirán berenjenas, y en realidad es aquí, donde se tiene el resultado del sistema, que se mide la efectividad de un sistema y no en el nivel tecnológico que lo produce.
Suponiendo que ambos sistemas produzcan resultados, se pueden presentar tres situaciones básicas:
- EL lector y su rifle producen la misma cantidad de berenjenas y de igual calidad que su amigo usando su dedo. En este caso tenemos el mismo éxito y los mismos resultados provenientes de diferentes niveles tecnológicos, con técnicas diferentes pero igualmente eficaces. La diferencia de los sistemas se encuentra en que uno necesitó de mucho más recursos que otro para igualarle en rendimiento.
- El lector y su rifle producen más berenjenas que su amigo. Dependiendo de la calidad de las mismas, aquí podemos apreciar un caso donde la mayor tecnología se impone y al final triunfa sobre un sistema más austero con una tecnología menos avanzada.
- Y el peor de los casos. El lector con su rifle produce menos berenjenas que su amigo. Supongamos que el lector logra sembrar muchas más berenjenas que su amigo, pero que las balas que hicieron los hoyos envenenan la tierra con los metales usados para fabricar la ojiva de la munición y los restos de pólvora remanentes en la misma. En este caso, la cantidad de producto resultante, así como su calidad son inferiores a los provenientes de un sistema diseñado con una tecnología inferior.
En los tres casos podemos entender cómo el resultado final, hablando en términos de su volumen y calidad no dependen del nivel tecnológico de los sistemas, sino de la disposición de conocimientos técnicos y científicos adecuados y del adecuado uso de las herramientas correctas, sin importar su complejidad o novedad.
Toda esta maraña de ejemplos sirve para intentar convencer al lector que el nivel tecnológico de un sistema no es un indicador de su efectividad, sino tan sólo de la complejidad y volumen de las técnicas y herramientas usadas para darle origen y estructurarlo, y muchas veces también de la novedad que las mismas poseen. Es la efectividad de cada técnica individual, el máximo aprovechamiento de cada herramienta y recurso, así como la viabilidad económica y material de cada elemento del sistema lo que lo vuelven superior a otros.
Es esto lo que no se comprende en el ámbito científico y técnico en México. Idealizamos el nivel tecnológico de ciertas naciones, aunque éste sea un mero elefante blanco, como en el caso de EUA, donde se presume de tantos avances científicos y tecnológicos que uno no puede comprender porqué todos los dispositivos, sistemas y diferentes elementos que cambian el mundo que nos rodea, provienen de países como Japón, Alemania, Israel, Rusia, China o Corea.
En realidad, el problema radica en el hecho de que deberíamos evaluar el potencial industrial y no el nivel tecnológico de un país. Lo que hacemos actualmente sólo nos da una falsa percepción de los parámetros que definen a una nación en el ámbito tecnológico. Cuando una nación desarrolla técnicas fuertes, efectivas, basadas en procedimientos que tienen como objetivo producir un sistema que ofrezca la máxima ganancia con el mayor rendimiento, así como resultados de alta calidad y eficiencia, su industria adquiere una fortaleza que le permite crecer y desarrollarse.
El ingeniero es el encargado de velar por que el falso ideal de la tecnología no ciegue a quienes le rodean ni a el mismo. El ingeniero deberá velar por la optimización de los sistemas, no en el sentido de la modernización ni el abaratamiento, sino en el sentido de la tecnificación robusta y eficiente.
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