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Cómplice





Nos saludamos al vernos y te estrecho entre mis brazos tan fuerte como puedo, con la absurda ilusión de quedarme el calor de tu seno en la piel, de robar el aroma de tu cabello y guardarlo en mi pecho. Extiendo este breve pero delicioso momento tanto como mi aguda paranoia me permite y los modales me dictan.

Nuestras bocas se cruzan, en un saludo, con una distracción calculada y criminal mientras ambos contenemos el ansia animal de deslizar ese beso de bienvenida tan sólo unos centímetros más a la derecha bajo el temor de iniciar un escándalo. Las comisuras de nuestras bocas se encuentran y ambos robamos un atisbo de los secos pero dulces labios del otro. Esos labios que extrañamos, que deseamos, que nos son prohibidos pero con los que nos encanta jugar este juego tan peligroso pero tan satisfactorio.

Pasas por el arco de la puerta y te adelantas a mí mientras saludo al resto de la tropa que hoy podría fusilarme en medio del paredón que forman estas ideas locas dentro de este escenario indebido. Lanzo una mirada clandestina a tu cuerpo y me hipnotiza tu figura. Barro con ojos hambrientos desde tu coronilla hasta tus talones y me imagino deslizando mis dedos entre tu cabello aún húmedo para seguir con un beso lento en tu tibio y palpitante cuello mientras mis manos se aferran con desesperación a tu cintura.

Pero al final aquello es sólo una ensoñación que me produce esa anhelada y bamboleante silueta que baila alejándose de mí en un rítmico y tortuoso avance,  cuidadosamente disimulada para no presentarse fuera de lugar en este marco casual, pero sutilmente resaltada para atrapar mis ojos y mi mente como si cada una de esas comunes pero ligeras prendas fuera una cadena que me engarza con la idea del cuerpo que se dibuja bajo ellas.

Termino mi cansado monólogo y tomo asiento para recuperar el aliento. Cada quién reposa en su justo lugar, en medio de una vorágine de miradas peligrosas pero distraídas que más que detenernos exacerban nuestro espíritu disruptivo. Tú te acomodas dolorosamente cerca pero tranquilizadoramente lejos de mí, absorta en tus ideas y confabulaciónes, dejando que cada tema, ya sea banal o profundo inunde la conversación y saque a flote nuestras debilidades, anhelos y pasiones.

Mi corazón galopa fuera de mi pecho y mi sangre hierve furiosa al cruzar nuestras cómplices miradas. Mi pulso se dispara con cada sonrisa cómplice y con cada caricia furtiva que se esconde en esos roces que haces para llamar mi atención al pedirme cualquier tontería. Me extravío en cada verbo y adjetivo, en cada afirmación y comentario que esconden un aliento de deseo y curiosidad. Me embriaga cada conversación, donde el tema es una sábana con la que ocultamos al mundo el desnudo abrazo en el que deseamos fundirnos, donde las palabras son un espejismo que disfraza el suave bailar de tus labios temblorosos, ahora humectados por la viperina lengua que los relame y me invita a repetir el tratamiento en tu boca.

La reunión continúa y se extingue como una braza que consume su brillo para dar paso a la penumbra que es tu ausencia. Nos despedimos y me quedo con el agridulce sabor de tu visita y el terror de que todo esto sea sólo una conspiración de mi criminal mente.

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